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jueves, 5 de mayo de 2011

LA PEÑUELA (HUELVA): FIESTAS EN HONOR DE SAN ANTONIO DE PADUA

PREGON DE LAS FIESTAS DE LA PEÑUELA.
Abril 2007
Autor: Juan Carlos Sánchez Corralejo


LA PEÑUELA ES TRADICIÓN Y FUTURO, PRESENTE Y NOSTALGIA:
Fue tierra de pioneros, de hombres valientes y aventureros que desde Niebla o Valverde quisieron forjar su propio futuro. Hace más de quinientos años, los bisabuelos de vuestros bisabuelos poblaron la Banda del Encinar y los Toriles y llegaron a la Peñuela.

Los bisabuelos de vuestros bisabuelos rindieron pleitesía a Leonor de Manrique, la Duquesa de Medina Sidonia, y derramaron sudores para complacer sus apetencias y sus cargas tributarias. Pero, pese a muchos sinsabores, vuestros bisabuelos trabajaron con ahínco la tierra y su tesón les permitió doblegar al pedregal. Por ello os legaron amor al terruño y un nombre, La Peñuela, como testimonio y recuerdo inequívoco de aquélla dura aventura colonizadora.

Cuando, en 1895, Emilio José Rodríguez escribió su Geografía de la Provincia de Huelva, reseñaba  la existencia de caseríos tanto en la  Peñuela, como en el Zapillo. Por entonces Niebla apenas superaba los 1485 habitantes y la Peñuela era un humilde caserío, burgo y casal.   

El abuelo peñolero dominó el baldío: amaestró el Encinar y la “Cañá del Buetre”, la Plaza de Toros, el  Platillo y los Medios, a cambio del famoso canón a la vieja Ilipla y se hizo piujalero: 

El abuelo piñolero hacía el piojal en los baldíos o en las manchas del “Coto de Lorencito”: rozaba a calabozo el monte de jaras y jaguarzos, quemaba la roza en septiembre y su ceniza vivificaba la simiente.  Por ello, obtuvo un doble premio: la cosecha de “grano vasto”, alimento preferido de las bestias  y ver recompensada su perseverancia: Primo de Rivera los premió, permitiendo el cerrado de diez hectáreas en las rotaciones de terreno labrantío en los baldíos de titularidad pública. Desde entonces, desde  los años 20, el abuelo piojalero se hizo  propietario.

Hoy,  La Peñuela se desparrama por sus campos y San Antonio de Pádua enlaza en un abrazo fraternal el Zapillo, la Balsita y el Corchito, la Huesa y el Guijillo, la Retamosa, la Retamosillala Bienvenida y la Mesa, los Toriles y el Rozón.

¿Dónde acaba? ¿Dónde empieza? La respuesta es bien sencilla: La Peñuela es generosa, La Peñuela es un sentimiento, La Peñuela no tiene fronteras...

Como una gota de agua siempre va al encuentro de otra gota, todos ellos forman un racimo hermanado: caseríos, blancos de cal, desparramados a una legua a la redonda, que recuerdan cómo los colonos de los baldíos buscaron con celo  un sitio donde  aderezar su moradas y fijar su hogar.

Las aguas del arroyo de la Becerrita, traían y siguen trayendo, desde las Coles de Montemolín, El Tomelloso y el Guijillo, el agua de la vida... Hoy se ensancha en forma de pantano y ofrecen al peñolero un remanso de paz, de modernidad y de riqueza:

La Peñuela, como buen colono ...
quebrantó las peñas y  las durezas
hipotecó su suerte a su abandono
ganó su Fortuna y su grandeza
y transformó sus harapos en realeza

Esta canción es para ti viejo abuelo
que trabajaste la tierra impenitente
y convertiste tu rincón en continente!

En tu foto te veo,  amarillento
Abuelo piñolero, sabio abuelo
escuchando estoy tu aliento
que me trasmite las claves de tu cielo:

 me legaste en herencia
la cepa vieja y el majuelo,
                                                           y el  tesoro encomiable de la sapiencia:

que tu orgullo sea tu humildad 
Que te admiren por tu bondad
Y sé siempre  hombre de estofa,
Sé hombre de tronío 
aunque de comida en la alforja

LA PEÑUELA QUE SE NOS FUE.-

Hoy quiero rememorar aquella Peñuela de vuestros abuelos, aquella Peñuela  que ya se nos fue... 

Una Peñuela campesina, apegada a la  tierra, son sabor mediterráneo,  de viñas, cereales y olivos...

Desde la Virgen de Agosto se llenaba de colleras de mulos con horcates, que hendían la tierra con el arado, primero el romano y más tarde el de vertedera. La dureza de la tierra exigía un arado doble, en agosto “alzando” y en marzo “cruzando los surcos
La aceituna, verdeada tempranamente, dio forma al refrán: En “agosto ya paga el costo”.  Con los postreros calores del verano la Peñuela comenzaba a “recoger suelo” y a su fin comenzaba la gañanía. El abuelo peñolero sembraba trigo, avena, cebada y garbanzos, los comestibles y los negros para los  cochinos.

Sin pausa, llegaba la recogidas de la cosecha de aceitunas, vareando el  olivo hasta el anochecer ... Se dibujaba después, una peñuela de siembra a voleo... y desde febrero, cuando  la hierba reverdece, de escarda de  jaramago y relinchón,  de “albeaca” y  de avena loca, arrancadas a mano. 

En verano era una Peñuela de siega a hoz, que atraía a numerosos vecinos de Bollullos y Villarrasa pidiendo trabajo por las casas, con la compañía de sus humildes burrillos. 

Y de mieses tendida en la era a punto de ser trillada. De aquella parva que recibía amigable al trillo de madera con ruedas de hierro, que removían la “greña”, que se escapaba y se remetía, mientras a la parte superior del “tendío” se le “daba el  tumbo” con la horqueta de madera.

Y aquel viento vivificador de la “marea”, de dulce brisa vespertina que anunciaba el tiempo de aventar.

El trigo, ya trillado, se cernía en zarandas o cedazos, son su fondo de red de tomiza o soga de esparto, que retenía las impurezas .. y tras la zaranda, la medida del grano en la cuartilla: la avena colmá, y el  trigo y la cebá a medida rasa.

Una Peñuela, de costales de lona, repletos de  grano después de ser aventado en las eras del Guerra  o del “Lejío” y de cangallas y barcinas de esparto, repletas de paja recién trillada y  almacenada en el “pajar”... 

Una peñuela de casas de habitación única con la cuadra y el pajar, con el lagar y la bodega y sus típicas techumbres de ripia. 

Una Peñuela de “doblaos”, repletos de costales de grano, que aseguraban el sustento de la familia, tras haber separado una parte para las bestias y otra  para la  próxima sementera.

Una peñuela de trigo abundante que se llevaba a moler a la Tallisca o al Castaño, y, andando el tiempo, de trigo que se cambiaba por harina en la fábrica de la Palma que acabó por arruinar el viejo oficio de la molinería hidráulica.

Una Peñuela de pan hecho en casa, de mujeres amasando en el lebrillo, con el  jarrito de barro de la “leudilla”, que servía de amasijo en amasijo y que se conservaba como si de un recipiente mágico se tratara.

Aquella leudilla convertida en tesoro compartido, base del sustento de vuestros antepasados... Y de pan que, una vez sacado del horno, era repartido entre los familiares más cercanos, como una muestra más de  los férreos lazos del apego y de la hermandad.

Una Peñuela de ollas de barro en la  candela, guisando los garbanzos y de  hornillas de carbón .,.  De aquel carbón fabricado en hornos de pila, con su túmulo de arena y la espuerta abierta para el encendido del pasto y la aulaga, coronado por las hermosas “troneras”, chimeneas vegetales

Una peñuela de cisco de olivo y de jara... o el más humilde del sarmiento de las viñas que caldeaba la casa y el brasero.

Una Peñuela de mulos aparejados con albardones, enjalmas y ataharres  para la carga de los aperos, el agua, el  trigo o la  cebada.
A lomo de bestias aparejadas los peñoleros cargaban los cántaros de agua desde la Fuente, junto al molino viejo...  Cómo  venían esos mulos  con sus “aguaeras”,  con 2 cántaros a cada lado sujetos por la cadena. Y cómo los zagales y zagalas que apenas llegaban al brocal utilizaban aquellas latas de tomate de 5 kgs y, de forma parsimoniosa, iban llenando los cántaros en las angarillas.

Eso ocurría mucho antes de que el pozo artesiano llegara a la Plaza, de que se construyeran los depósitos y grifos del Rebujón, de la Plaza y el de la Casa de Lorenzo Moya... Mucho antes de que llegara el depósito de agua potable de la Mesa del Torín, levantado junto a los antiguos paredones de piedra tosca, donde se erraban las  piaras de vacas.
Una peñuela de viñas ya perdidas en el Cebolloso, el Zapillo, la Cumbre del Torín y el Rozón. Una peñuela de farrucas que aflojaban la tierra y hermoseaban las viñas, de pequeños lagares que permitían a cada familia llenar 2 ó 3 bocoyes, de uvas pisadas con los pies, que apenas presentían la llegada de las extrujadoras de rulo.

Una peñuela de mosto cayendo por el “pilón” y de prensado de uva molida con la tuerca...  Y del mosto fermentado en el bocoy, al menos una luna y media, antes de reposar en el bocoy nuevo, ya sin gusto a “lía”, solera y madre del  vino.

Una peñuela de árboles frutales, de exquisitas naranjas, de gallos y gallinas y en verano de tomates y melones.  


UNA PEÑUELA DE PASTORES, CABREROS,  Y RABADANES.
Una peñuela de pastores “aterecíos” que dormían, junto a la red de las ovejas, en su chozo móvil, con los zapatos calados, dispuestos siempre a ahuyentar al lobo o a evitar pérdidas. Y de aquellas ovejas que enriquecían la agricultura y estercaban los campos “a  tumbo de red” ...

O de aquella “mayoría” de cabras conducida por Francisco el cabrero... símbolo del  saber atávico de un pueblo que sabe y conoce que es “la cabra vieja quien lame la talega”.                                     

Una Peñuela de loberos y de pellejos de  lobos que permitían a sus captores comer durante varios meses. De aquellos loberos o transportadores que tras sollar al dañino animal, iban enseñando su piel o sus pequeños  lobeznos como prueba y testimonio para exigir a los pastores el pago de la “limosna”, recorriendo sin descanso todas las piaras y hatos de animales.

Y muy cerca, en el espacio y en al arraigo, una Vereda de Carne, el antiguo Cordel de  Portugal, que sigue evocando un tiempo de transito y trashumancia de churras y merinas llegadas de tierras portuguesas, lugar de pastos entre Beas, la Peñuela y Villarrasa, una vereda de carne de aquellas de 75 varas que siempre era respetada, como  un hijo siempre respeta a su padre.    
                                                                           
Aquella peñuela de mantas ancestrales con su trama de trapos viejos y de alforjes de imitación sevillana comprados en Valverde o en la feria de Niebla.  

Una Peñuela de alforjes con el almuerzo: la puchera bien pringá,  el dornillo y la maja, el chavero con el aceite y el vinagre para condimentar el gazpacho,  la liara con las aceitunas y la calabaza con el vino.

Una peñuela de quesos de ovejas recién hechos con la leche solidificada con el “cuajo”, que recibían forma en el “entremijo”, aquella curiosa caja con el “cincho” que le daba forma circular y le permitía soltar el “suero”. Y una economía modesta pero sabia que nada desaprovechaba: que cocía ese suero y lo espesaba en exquisito postre: el tabefe de vuestros abuelos.


Una Peñuela de economía autosuficiente con humildes casas en las que nunca faltaba el trigo y el maíz, el aceite, el vino y dos cochinos de 16 arrobas, de morcillas  de embudo y de jamones colgados en las escaleras del doblao, untados con pimienta colorá y el salvajamón que ahuyentaba a los  “saltones”. 

Una peñuela de carnavales familiares que animaban los fríos febreros, mucho antes de la llegada de los primeros tocadiscos,  a base de baile, vino y caldereta, de dormir  la media torta y de desayunos de picadillo que levantaban la moral de cualquiera. 
Una peñuela letrada, con su antigua escuela y sus viejos maestros, como Dª Manuela,  quien además de su labor docente era capaz de poner una inyección o de curar las heridas de cualquiera, mujer volcada con la Peñuela a cambio de 3 reales al mes, medio litro de aceite y un poco de pan, harina y garbanzos.

Más tarde vinieron D. José,  D. Plácido, D. Agustín, y desde 1959 la escuela del Club, que disponía de su propio comedor, de la labor culinaria de Lucita la “Berrueca y de la leche en polvo enviada por el gobierno americano, además de la labor docente de Ana Mantero, de Dª Pepita, Dª Beatriz o Dª Carmen .  Y junto a los maestros, los niños, que debían transportar diariamente a la escuela sus sillas de cuerda con asiento de toniza,  que escribían en su pizarra y su pizarrín...  Y entonces llegó la revolución: se abandonó el pizarrín por la pluma y su tintero, que eran  colocados en la ranura del  palillero de aquellos pupitre biplaza de madera con el sillón abatible  y los cuadernos adquiridos en la papelería Perea de Valverde.  

Aquellos  niños y niñas de la Peñuela que iban a clase a aprender las 4 reglas, después de una dura jornada de trabajo, aprendían a multiplicar, mejoraban su caligrafía y  repetían las lecciones a grito pelado, mientras el  maestro, como si quisiera emular a un director de orquesta, marcaba el compás dando punterazos en las bancas de madera. 

Y tras acabar la escuela, aquellos jovencitos, casi niños,  obligados a cuidar ovejas y a hacer toniza con los cogollos de los palmitos blanqueados al sol, para fabricar asientos, escobas y escobones, o escobillas de blanquear o el “abanaó” de la cocina.

Bien es sabido que frascos pequeños, grandes esencias. Igualmente nos enseña la historia que: las tradiciones de nuestros  viejitos son evangelios chiquitos

LA PEÑUELA HOY

Hoy, en pleno tercer milenio, la técnica dibuja una nueva Peñuela: maquinas trilladoras y segadoras, olivos en regadío y el afán emprendedor de sus vecinos que, unidos en La Cooperativa Virgen de Fátima producen,  más de un millón de kilos de aceituna y  disponen de las modernas técnicas al uso.

Gracias a la puesta en funcionamiento de la Presa de la Alcolea, del Canal de Trigueros y a las iniciativas del Círculo Agrario y Cultural podrá coger el  tren definitivo de su modernización. 

Pero algo permanece inalterado: sigue siendo una tierra de corazones puros, como  puro es el aire de sus campos.
La Peñuela pedregosa, se supo rodear de fructíferas mesas y lomas repletas de olivares, de la mesa del Carril a la Torbilla y la Cumbre de los Toriles, del Rozón a la Bienvenida,  de la Retamosa  a la Retamosilla, en el  Valle del Santa María, en la mesa de la Higuera y en Candoncillo, a vista de Covache. 

La Peñuela adquiere hoy reconocido prestigio gracias a la excelencia de su aceite. Aquella Peñuela supo extraer el preciado líquido con maestría ancestral:   

                                                            Peñuela, tierra molinera

cosecha que espera en la truja
anhelante para ser molida

¡desparrama sobre la aguja
el fruto del óleo de la vida!

la prensa y el niño perdío
aprietan bien los capachos
y escurren la sangre virgen
de tus olivos centenarios.

La Peñuela sigue siendo molino y almazara. Pero el parto del aceite ha cambiado. Apenas queda nada de la hermosa tecnología del viejo molino: la procesión de vecinos con las canastas de aceitunas llenando las trujas, el doble prensado, primero en el  alfanje y después de los capachos de esparto con el niño perdío;  el aceite escurrido hacia la “regafa” y su decantación final en la noqueta y los pozuelos de decantación. Lo jubiló el  nuevo “molino de rulo” de los años 50 con fuerza de tracción eléctrica, cuando llegó la electricidad procedente de la aldea hermana de Candón.

Tampoco la borra se aprovecha ya para hacer jabón. Aquel residuo de la molienda que vuestras abuelas convertían en gel de vida, mezclando, a ritmo, la borra con la caústica en la candela.


Cambia la técnica pero no el fruto:  el aceite es el mismo. Ese aceite que antaño sirvió de iluminación en el quinqué, de medicina para la tripa o las lombrices y siempre de alimento y aderezo excepcional, base de una dieta mediterránea.

¡El aceite de la Peñuela es hoy  un emblema de calidad, una divisa de excelencia y el símbolo vivo de un pueblo!     Porque es bien sabido que
de buena simiente
fruto excelente


LA PEÑUELA EN PRIMAVERA
Al llegar a marzo, la Peñuela es convivencia  y confraternidad en San Walabonso. 
15 años de encuentro bajo los pinos, compartiendo viandas y experiencias con los hermanos de Candón, Venta de las Tablas, Navahermosa, Raboconejo, Caballón,  Fuente de la Corcha y Buitrón. Muchas cosas os unen: el recuerdo arcaico de vuestra condición de colonos, una espiritualidad compartida y la esperanza en el futuro. 

Y entonces se avecina la primavera y la fiesta:

La Primavera en la Peñuela
es simbiosis de amor,
blancor de jara florecida,
y de cuerno de vaca
vestido de nazareno,

Aulaga encendida de flores
que estallan de amarillo,
junto al rojo moteado de amapolas 
que, de trecho en trecho, serpentea,

mientras, el cantueso en flor  se convierte
en inmenso almacén de miel
que la abeja laborea.

Y en la cima del  mundo
un suave cielo azul de primavera,
Y un lento vaivén de nubes algodonosas
que apenas se mecen
en el lento balanceo de la brisa


La Peñuela en primavera es un lienzo, donde la espátula de la naturaleza plasma colores intensos y rotundos, colores sin fisuras, como el rojo pasión de la amapola. Y es entonces, cuando la primavera avanza hacia el verano, cuando  la Peñuela revienta en fiestas.

La fiesta de abril está llena de matices: es eclosión y abundancia, es asueto y parada de las duras jornadas de trabajo. Es alegría y exorno, en la que las mozas se acicalan y la cara se viste de sonrisa, de cante y de jarana, de baile, de motos, de toros en la Torronca del Lejío. Y, a la par, de Espiritualidad en la casa de San Antonio de Padua...
Nada falta: la amabilidad del anfitrión, la presencia del huésped, ni tampoco los manjares, que aunque más mundanos son igualmente necesarios. Es entonces cuando La Peñuela se convierte en manual de  gastronomía:
«caldereta de chivito aderezada con laurel y pimienta, habas enzapatás, abuelas y rosas enmeladas, pestiños y empanadillas de sidra... 

Pero sobre todo, la fiesta es seña de identidad de un pueblo y convicción en un  credo compartido. Cuando llega la fiesta sentimos cómo es la vida: que aúna desdichas y alegrías

¡Peñolero, te gusta vivir la fiesta
aunque lloras por tristezas lejanas!
y una  lagrima asoma a tus ojos
recordando desdichas pasadas


SAN ANTONIO DE PADUA
Pero no ha lugar a la tristeza porque San Antón hace de buen amigo, nos da un abrazo y un consuelo. San Antonio es ante todo  amigo en la adversidad...  amigo de verdad:

No solo consuelas al creyente
predicas el perdón en el destierro
Acoges con  fervor, en pecho ardiente,
al que eligió otra senda, en su mente

Tu amor está omnipresente
Antonio del que sufre, del enfermo
Antonio de las noches del invierno
Candela de un amor permanente

                                                          Antonio de los pobres, fiel amigo

protege a este humilde caserío
acoge a la Peñuela, dale abrigo
¡Acércate y protégeme del frío
Quiero pegarme a ti,  sé tú mi estío!


Antonio labrador, buen piñolero
 manto del pueblo, santo macareno
amapolas de amor, perfume y heno
abres el surco al Cristo Nazareno

Tu huerto ya florece, lo has arado,
vergel de amapolas que se ofrecen
Jardín de perfumes que estremecen
el alma de un amor consolidado

El encuentro entre San Antonio y la Peñuela fue tardío, pero nació con la fuerza de la adolescencia y de los primeros amores: entrega total, respeto mutuo y veneración. 

Antonio, santidad que nunca yerra
mudaste primavera por estío
pa que el fervor de tu pueblo,  sentío
recogiera los frutos de la tierra

Cosechas, como otro los costales,
de trigo, los blancos algodonales,
tus palabras resuenan angelicales
en la aldea y en sus arrabales 

                                                             Fuiste santo casamentero:
Casaste a las mozas,
y adornaste el refranero
eres apóstol de los pobres,
de los animales agostadero

*      *      *

Pero también redil del peñolero,
luz en nuestro reguero 
corazón que nunca se acaba
candil que nunca se  apaga
en la noche inmensa del alma
¡amas a quien no te ama
y respondes a quien no te llama!

¡quisiera ser tu aldeano
¡oh San Antonio de Padua!

cuando los campos se aran!...

cuando la brisa mece el trigo
cuando la lluvia cae sobre el agua.
Por esa amistad, La  Peñuela  te ofrece su alegría,
 su fiesta, su contento: 

Al compás de las primeras estrellas

Triduo que venera al Santo,

Mañana de alegre diana,

Santo Rosario y luminaria,

Orillando el crepúsculo,

                                                          cuando la noche vence ...
a la mañana

Sones del coro en el templo,

Rezos de Fray Pedro de Cid,

campanas en la espadaña.

visita del Santo a sus hijos

en la mañana de abril.

Vivas a San Antonio

Sones de flauta y tambor

cohetes que salpican el cielo

avisando a los peñoleros
de la majestad de tu vuelo

Y junto al santo, su Hermandad

que cumple sesenta años, con edad de ser abuela

que sabe regalar al Santo flores, versos, plegarias
¡miel sobre hojuelas!

CASA ABIERTA AL FORASTERO.-

La Peñuela es también casa abierta al forastero. Pocos sitios conozco, capaces de abrir sus brazos- y su alma-de manera más amable, más sentida, más verdadera. Por ello, el  forastero se siente vecino en tus calles y anfitrión en tu mesa.

Ese es tu mayor tesoro:
un cofre de gente cabal
sencilla  y complaciente,
cariñosa y cordial,

¡orgullosa de sus tradiciones,
museo de par en par!
Nuestro Sueño se ha cumplido
Un año de espera acaba...
ahora comienza seguido...
el encuentro que os halaga

Alguien golpea en la aldaba
Estoy escuchando redobles
desde los rincones del alma
que susurran con voz quieta,
pero ardiente como la lava:

¡Ya están tocando a tus puertas
las mariposas de la fiesta!

Por fin calla el pregonero
Entra y comparte los manjares
Abandona la cangalla,
encierra los aperos
¡huye del mundanal ruido
que es tiempo de disfrutar con los amigos

No olvides saludar al cantinero
¡Come y prueba el  vino,
cepa de bálsamo divino!
           
¡Y no temas por el bullicio
que el Santo desde su balaustrada
nos guiña  la mirada y nos sonríe
con su dulce cara nacarada
y nos saluda desde enfrente
con el Niño Divino, complaciente

                                                          Al niño le hace carantoñas

Le explica ahí están mis paisanos:
La honradez es su divisa
La hermandad es su dovela
                                                                Ahí están tus hermanos 
                                                                                     Ahí está la Peñuela

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